viernes, 6 de mayo de 2011

"Concierto para nadie"

Bueno, hace 2 años, cuando estaba en 2º de ESO, participé en el concurso Jóvenes Talentos de Coca-Cola Premio Relato Corto. Ganeé el primer premio de mi provincia, pero a nivel Galicia la ganadora fue María Elena López González, que se fue a Praga, consiguió estar entre los 6 primeros de España y participar en el taller de escritura creativa (¡Lo que yo hubiese dado por ese taller de escritura!)  y finalmente ganó. Me alegro por ella, aunque un poco de envidia si me da... En fin, que acabo de encontrarme su último relato y ¡me encanta! Aquí lo tenéis:
CONCIERTO PARA NADIE
María Elena López González (Galicia)


Las notas comienzan a fluir con total soltura del piano. Mis manos, máquinas perfectas, caen con garra sobre las teclas marfil, intentando encontrar una temperatura acorde a ellas, y creando, a la vez, una melodía melancólica, triste quizás, impropia de una noche de sábado.

Sin duda alguna, me gusta mi trabajo. Puede que me haya sumado a la monotonía de tocar para amenizar reuniones de trabajo, citas románticas u otros eventos de poca importancia, cada noche. Puede que me esté rindiendo ante la rutina, pero tocar el piano es mi forma de evadirme de la realidad. De escapar del amor nunca vivido, y, a la vez, tan temido. Cuando
toco, me convierto en un gato negro, solitario, que deambula por los tejados nocturnos sin seguir una dirección definida. Como perdido.

Las notas van corriendo, pero sólo yo sé que hago algo más que acatar las órdenes de una partitura compuesta por un extraño. Todos ignoran que, cada noche, voy entretejiendo mis sentimientos entre las notas impresas en este pentagrama pautado de líneas que resbalan lánguidas sobre un papel desgastado por el tiempo. Son primero las fusas las que, al emanar de mi piano, van anegando con su alegría el cosmos que es aquel restaurante. Por momentos, mis ojos, buscan una cabeza afable, unos ojos centelleantes, o, aunque solo sea un leve cruce de miradas. Buscan un asomo de interés entre un público glacial.

A medida que avanza la noche, me relajo. Voy introduciendo cada vez más silencios, blancas… mi rastreo entre el público se desvanece. No hay un final para esta pieza. Obra que yo dirijo. Yo decido si quiero correr o descansar.

Si mi deseo es hablar o callar. En mi música, va disuelta una parte de mí.

Nadie lo sabe. Ninguno de los comensales dispuestos en mesas colocadas en perfecta cuadratura, conoce el verdadero significado de este arte.

No son sonidos, son hechos.

No son silencios, son secretos.

No es música, soy yo.

Mientras esta reflexión cruza mi cabeza, jóvenes y no tan jóvenes, se disponen a engullir sus platos. Yo, sigo pensando… Nunca encontrarán belleza en el chirriar de una puerta. No alcanzarán la felicidad cuando las yemas de sus dedos rocen suavemente los troncos labrados de las vides.

Sus pulsaciones no aumentarán cuando pequeñas gotitas de agua rocen sus manos. Y así, según van discurriendo los minutos y las notas, muy poco a poco, uno a uno, van cogiendo sus gabardinas oscuras y gastadas por el uso, atravesando el marco de la puerta para abrir sus coches y dirigirse a sus hogares, sumiéndose, realmente, en la verdadera monotonía.